Monólogo de Jean-Pierre Martinez
Contar tu vida es un poco como proyectar diapositivas. Las imágenes siempre son menos emocionantes para los demás que los recuerdos que uno guarda para sí mismo. Pero en la era de los selfies, ¿quién recuerda el encanto narcoléptico de las noches de diapositivas de antaño? Para los más jóvenes, una explicación es necesaria. Después de un viaje iniciático al otro lado del mundo, que en aquellos tiempos podría ser Marruecos, Grecia o incluso el sur de Córcega, una pareja de aventureros de las vacaciones pagadas reunía a sus amigos más leales alrededor de un Bufé con sabores de esos lugares lejanos. Para recompensarlos, en el momento del café, proyectaban fotos de las vacaciones en la pared blanca de la sala de estar. Por supuesto, antes de eso, estos grandes reporteros se habían encargado de organizar cientos de diapositivas en diferentes carros, por temas, y habían estudiado cuidadosamente el orden de las fotos para dar aún más sentido al conjunto. Además de dominar el arte de la fotografía, también tenían que sobresalir en el del montaje. Durante el cambio de una diapositiva a otra, ordenado por el maestro de ceremonias con un control remoto con cable, el proyector emitía un sonido como el de una fotocopiadora. Clic clac. Los incidentes eran, por supuesto, frecuentes. Un carro montado al revés o una diapositiva boca abajo requerían detener la proyección para poner todo en orden y no perder ni una pizca del espectáculo ni distorsionar el mensaje en lo más mínimo. La duración de esta interminable sesión de cine a cámara lenta, donde cada imagen de la película era comentada en vivo por el proyeccionista, se alargaba en consecuencia. Se necesitaban amigos de verdad para soportar esta prueba con una sonrisa, aparentando estar emocionados ante tanto exotismo. ¡Qué aventura! Era su turno de devolver el favor. El próximo año, serían ellos quienes impondrían a sus amigos la película de las vacaciones de su vida. Haber visto y ser visto, de vuelta en casa. Para existir un poco, al menos una vez en la vida. Estar en el centro de atención, uno a la vez. Pero siempre entre ellos. Felices aquellos que, como ellos, habían tenido un hermoso viaje. Hoy, en la era del tiempo real, contamos nuestra vida mientras la vivimos. En lugar de vivirla. La existencia de la imagen precede a la esencia del viaje. La idea misma del exotismo ha desaparecido con la globalización. El viaje ya no es más que un desplazamiento. No hay en otro lugar. Ya no hay recuerdos. Y mucho menos futuro. Solo queda un eterno presente. Hasta que, con los hologramas y la inteligencia artificial, podamos estar en todas partes todo el tiempo. Como Dios. Pero, ¿para qué? Vengo de un mundo pasado en el que los únicos hologramas eran una imagen en el espejo de la entrada, y la inteligencia, al igual que la estupidez, aún era completamente natural.
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Sketch extraído de la recopilación Como un pez en el aire
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