Un sketch de Jean-Pierre Martinez
Un personaje (hombre o mujer) está en escena. Llega otro (también de sexo indiferente).
Dos – Vaya cara… ¿Estás bien?
Uno – Es la escena en la que muero…
Dos – ¿Perdona?
Uno – La escena que vamos a hacer ahora. Es la escena en la que mi personaje muere de una embolia pulmonar.
Dos – OK… Y… ¿tu médico te ha diagnosticado riesgo de embolia pulmonar? Quiero decir, ¿en la vida real…?
Uno – No. Que yo sepa, no.
Dos – ¿Y entonces?
Uno – No sé… Siempre me pasa algo cuando muero en escena. ¿A ti no?
Dos – No.
Uno – Vale, lo finjo, pero… ¿Y si muriera de verdad?
Dos – ¿Te encuentras mal?
Uno – No, no, estoy bien, pero… Estoy tan metido en mi personaje… ¿Y si en el momento en que él muere, yo muriera con él?
Dos – Sería llevar el profesionalismo demasiado lejos. Ni en el Actors Studio pedían a los actores identificarse tanto con el personaje como para morirse con él.
Uno – Es irracional, lo sé, pero estoy muerto de miedo.
Dos – El teatro no son los juegos del circo. No cambiamos de actores cada vez que se matan entre ellos en escena o se los come un león. En el teatro, las espadas son de madera y los leones de cartón.
Uno – Nunca se sabe… Basta una sola vez…
Dos – Justamente. Esta es la cuarta función. Tu personaje ya ha muerto tres veces. Muere cada noche sobre las diez y treinta y cinco. Y sin embargo, tú sigues aquí.
Uno – Entonces debe de ser eso. El síndrome de la cuarta.
Dos – ¿El síndrome de la cuarta? ¿Qué es eso?
Uno – Molière murió después de la cuarta representación de El enfermo imaginario. ¿Y sabes de qué murió?
Dos – Del pulmón.
Uno – Exacto. Del pulmón.
Dos – Bueno… ya no estamos en el siglo XVII.
Uno – ¿Tú crees que hoy en día ya no se muere de embolia pulmonar?
Dos – Sí, pero hoy los actores ya no son excomulgados. Al menos a ti no te van a negar un sitio en el cementerio entre los buenos cristianos.
Uno – Gracias, me dejas mucho más tranquilo…
Dos – Era una broma. No sabía que fueras tan supersticioso.
Uno – Tengo que dejar de hacer personajes que mueren, simplemente.
Dos – En todas las tragedias, el protagonista muere al final. No te va a quedar mucho margen.
Uno – Entonces solo haré comedias.
Dos – El enfermo imaginario es una comedia. Argan no se supone que muera al final. Y aun así, Molière murió después de interpretarlo.
Uno – Tienes razón. Tengo que dejar también la comedia.
Dos – En el teatro, si dejas la tragedia y la comedia, ¿qué te queda por hacer?
Uno – Cine.
Dos – ¿En el cine no se muere nunca?
Uno – Al menos solo mueres una vez. En el teatro, mueres cada noche.
Dos – Incluso en el cine, depende.
Uno – ¿Cómo que depende?
Dos – Si la primera toma sale bien, solo mueres una vez. Pero si hay varias tomas…
Uno – Eso es verdad…
Dos – Si hay cuatro, puedes morirte en la cuarta. Como Molière…
Uno – Intentaré hacerlo bien a la primera, entonces.
Dos – No será fácil…
Uno – No…
Dos – Siempre te quedará la tele.
Uno – ¿La tele?
Dos – En la tele hay poco presupuesto. No se pueden permitir repetir muchas veces. Normalmente, la primera toma es la buena.
Uno – ¿Yo en la tele? Antes muerto.
El otro mira su reloj.
Dos – Pues hablando de morirse… nos toca salir a escena. ¿Vamos?
Uno – Vale…
Negro.
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Sketch extraído de la recopilación Entre Bastidores
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