Fatal cómico

Un sketch de Jean-Pierre Martinez

Sobre una mesita, una cafetera, dos tazas y un periódico. Pedro entra en bata. Se sirve una taza de café y toma el periódico para leerlo. María, su esposa, entra.
María – ¿Todo bien?
Pedro – Todo bien.
María se sirve una taza y observa a Pedro.
María – Pareces preocupado… ¿Hay algún problema?
Pedro – No… Bueno… Todavía no tengo una idea para mi nueva obra.
María – No te preocupes, ya vendrá… Siempre acaba viniendo, ¿no?
Pedro – Sí… Hasta ahora…
María – ¿No hay una buena historia en el periódico de la que puedas inspirarte?
Él deja el periódico.
Pedro – Las noticias son cada vez más deprimentes… Creo que voy a dejar de leer la prensa. Ya dejé de ver la tele y de escuchar la radio…
María – Es verdad que todo eso no es muy alegre, pero bueno. Por otro lado… por eso siempre necesitaremos autores como tú.
Pedro – ¿Ah, sí? ¿Y qué es un autor como yo?
María – Ya sabes… Alguien que nos haga reír… ¡Un cómico!
Pedro – ¿Un cómico? ¿Entonces así es como me ves? ¡Como un cómico!
María – ¡Se necesitan autores que escriban buenas comedias! Para olvidar un poco nuestras preocupaciones… Hacernos pasar un buen rato sin pensar en nada…
Pedro – ¿Sin pensar en nada?
María – Perdona… Quiero decir… en pensar en otra cosa.
Pedro – Entiendo… Entonces para ti, solo soy un entretenedor… Un tipo que desvía la atención del pueblo de los verdaderos problemas de la sociedad…
María – ¡El pueblo! Ya estás usando grandes palabras… Divertir al público, ¿no es algo digno?
Pedro – No sé… También se puede querer otra cosa…
María – ¿Como qué?
Pedro – Ser útil…
María – Para mí, distraer a la gente, hacerles sonreír, es muy útil. Y no cualquiera tiene ese talento.
Pedro – Sí, claro…
María – ¿Qué?
Pedro – Ya he escrito casi un centenar de comedias.
María – Y siempre han sido un éxito rotundo.
Pedro – Sí, pero empiezo a quedarme sin ideas. Me pregunto si ya no le he dado todas las vueltas posibles.
María – ¿Quieres dejar de escribir?
Pedro – No estoy seguro de poder hacerlo… No, solo me preguntaba si…
María – ¿Si qué?
Pedro – ¿Y si intentara otro género?
María – ¿Una novela, quieres decir? Desde hace años, te digo que deberías intentarlo. Hay novelas muy graciosas también…
Pedro – Desgraciadamente, no soy novelista, lo sé. El teatro, no sé hacer otra cosa.
María – Bueno, entonces solo te queda encontrar un buen tema para una comedia.
Pedro – ¿Y si escribiera… otro tipo de obra?
María – ¿Otro tipo de obra?
Pedro – Algo que no sea necesariamente gracioso, ¿sabes?
María – ¿Una comedia que no sea graciosa?
Pedro – ¡No, precisamente no una comedia!
María – ¿Quieres decir… una comedia dramática?
Pedro – ¡Quiero decir que no sea una comedia en absoluto!
María – ¿Quieres escribir un drama?
Pedro – Un drama, una tragedia… Llámalo como quieras.
María – Vale…
Pedro – ¿Qué?
María – No sé… (Silencio) ¿Estás seguro de que estás bien?
Pedro – Ya no tengo ideas para una comedia. Quisiera intentar escribir otra cosa. ¡Tampoco es un drama!
María – OK… (Una pausa) ¿Quieres más café?
Pedro – No, gracias.
María – Bueno, entonces te dejo reflexionar… sobre tu nueva obra.
Ella sale. Él suspira y vuelve a abrir el periódico. Suena el teléfono. Él contesta.
Pedro – ¿Sí? Ah, sí… No, no, iba a llamarte precisamente… Mira, todavía no sé… No, por ahora estoy sin inspiración. Sí, lo sé, siempre dije que eso no existía. Pero sabes, la inspiración es como Dios. Uno dice que no existe hasta el momento en que realmente la necesita… ¿Y tú, cómo estás? Bueno… Entiendo… De acuerdo… Mira, tengo que dejarte ahora… Nos llamamos y tratamos de almorzar juntos la próxima semana, ¿vale? OK, así lo hacemos… Adiós, un abrazo.
María vuelve, con un poco de vergüenza.
María – Tengo que hacer unas compras, no tardo. ¿Todo bien?
Pedro – Eh… sí. Desde hace un rato, la situación no ha evolucionado mucho, pero sí, estoy bien.
María – Bueno, entonces me voy.
Pedro – Eso es. Hasta luego.
Ella sale. Él vuelve a leer el periódico, pero apenas empieza cuando suena el timbre de la puerta. Sale un momento para abrir y regresa acompañado de una mujer.
Alex – Espero no molestarte.
Pedro – No, no, para nada, estaba… ¿Quieres un café?
Alex – Gracias, no hace falta.
Pedro – Es agradable que pases así, de improviso.
Alex – Cuando uno vive en el mismo edificio que su agente, siempre corre el riesgo de que aparezca sin invitación…
Pedro – Quizás deba mudarme, entonces…
Silencio incómodo.
Alex – ¿En qué estás trabajando ahora?
Pedro – Nada… Estaba hablando por teléfono con… ¿Cómo se llama? Ya sabes, esa actriz que actuaba en… Ahora es editora.
Alex – ¿Editora?
Pedro – Ya sabes cómo es esto. La vida es cruel para las actrices. Especialmente para las protagonistas jóvenes. Pasada la treintena…
Alex – ¿Estás buscando un nuevo editor?
Pedro – No especialmente… Fue ella quien me llamó. Solo quería saber cómo estaba… Esto empieza a preocuparme. Todo el mundo me pregunta si estoy bien hoy…
Alex – ¿Y… estás bien?
Pedro – Sí, gracias… Es una locura…
Alex – ¿Qué?
Pedro – Terminé la conversación diciéndole: “nos llamamos y almorzamos…?” Me salió así. La costumbre. Al final, podríamos haber almorzado juntos al mediodía.
Alex – Qué quieres… Todos estamos ocupadísimos…
Pedro – O no tenemos nada que hacer y fingimos…
Alex – Sí…
Pedro – Tú, por ejemplo. ¿Estás particularmente ocupada hoy? (Silencio) No, obviamente, de lo contrario no estarías aquí. ¿Te imaginas? Aceptas almorzar así, improvisado… Al día siguiente, todos los del gremio sabrían que no tienes nada que hacer en tus días. Que ya nadie quiere trabajar contigo. Que estás en paro. O, peor, que estás en la lista negra… Entonces, ya nadie te llamaría, y serías una auténtica anticuada.
Alex – Sí… (Silencio) Y, entonces, ¿ella está bien?
Pedro – ¿Quién?
Alex – ¡Tu editora!
Pedro – No sé… Tienes razón… Al final, quizá sea ella la que no está bien. Me llamó porque necesitaba hablar con alguien. Y yo casi le colgué… Debería haberle propuesto almorzar con ella al mediodía… Y tú, ¿estás bien?
Alex – Sí, estoy bien…
Pedro – ¿Estás segura de que no quieres café?
Alex – Segura… (Silencio) ¿Estás escribiendo algo ahora?
Pedro – No, no mucho. Creo que he llegado al final de algo. Debería cambiar un poco de estilo.
Alex – Sí, lo sé, me crucé con María en la escalera.
Pedro – No me digas que por eso viniste a verme.
Alex – Así que quieres escribir un drama.
Pedro – Sí, bueno… ¿Por qué no?
Alex – ¿Es una broma?
Pedro – Mira, Alex, ese es mi problema. La simple idea de que considere escribir algo que no sea una comedia, la gente lo toma como una broma.
Alex – Digamos que… no es el tipo de terreno en el que uno suele esperarte.
Pedro – ¿Y?
Alex – Podría sorprender a tu público… Quizás decepcionarlo…
Pedro – ¿Decepcionarlo? Aún no he escrito ni una línea, y ya dices que será decepcionante. Gracias por tu apoyo. Al menos ahora sé por qué tengo un agente.
Alex – Y… ¿tienes algún tema ya?
Pedro – No… Solo es una idea…
Alex – Bueno, entonces solo es una idea.
Pedro – Eso es…
Alex – Perdona, quizás me apresuré un poco.
Pedro – No sé… Pensaba en escribir algo sobre esos migrantes que llegan a nuestras costas. Cuando no mueren ahogados en el trayecto, claro…
Alex – ¿Una comedia, dices? (Pedro le lanza una mirada de reproche.) Perdona, no sé por qué he dicho eso… Entonces, ¿en serio quieres escribir algo…
Pedro – Ya no tengo veinte años… Tú tampoco… Quizás es hora de empezar a reflexionar sobre el mundo que nos rodea, ¿no?
Alex – ¿El mundo que nos rodea?
Pedro – Imagina que después de nuestra muerte, nos reencarnamos. Así, al azar. El mundo está mayormente poblado de gente que lleva una vida de mierda. Si podemos llamar a eso una vida. Si lo piensas bien, aparte de una minoría privilegiada, cuyo grupo de los más afortunados vive en paraísos fiscales, la Tierra es un infierno.
Alex – ¿Y entonces?
Pedro – ¿Y entonces? Estadísticamente, la reencarnación es un infierno asegurado… Si no cambiamos el mundo en vida, tenemos casi asegurado vivir un infierno cuando nos reencarnemos.
Alex le mira, sorprendida.
Alex – Vale…
Pedro – Te dejo reflexionar sobre eso. Voy a vestirme…
Sale. María regresa.
María – ¿Y bien?
Alex – Está muy mal.
María – Te lo dije.
Alex – Está delirando. Habla de la muerte. Del paraíso. Del infierno.
María – ¿En serio?
Alex – Quiere escribir una obra sobre los exiliados.
María – ¿Los exiliados fiscales?
Alex – ¡Los exiliados económicos!
María – ¿Quieres decir… los jubilados que se van a Marruecos, porque la vida es más barata allí?
Alex – ¡Los migrantes! ¡En el Mediterráneo!
María – No puede ser… ¿Te lo ha dicho?
Alex – Traté de hablar con él, pero no quiere saber nada.
María – ¿Dónde está?
Alex – Se fue a vestir.
María – No entiendo… Hasta esta mañana, estaba completamente normal. Bueno… como siempre, vamos…
Alex – Quizás solo sea temporal. Puede que esté algo deprimido. Pero no debemos tomarlo a la ligera.
María – Claro… Me cuesta decirlo, pero… me da la impresión de que tiene tendencias suicidas.
Alex – Quizás deberíamos sugerirle que vea a un médico.
María – ¿Un psiquiatra, quieres decir?
Alex – No lo sé.
María – A veces, con una simple cura de vitaminas… ¿Un homeópata?
Pedro regresa.
Pedro – Ah, ¿has vuelto?
Alex – Voy a dejaros.
Pedro – No, no te estoy echando.
Alex – De todas formas, ya me iba. Tengo… Tengo que irme. Tengo un día muy ocupado. ¿Nos llamamos y almorzamos juntos?
Sale. María mira a Pedro con un aire incómodo.
María – Solo le dije que estabas aquí y que si quería subir a tomar un café…
Pedro – No quiso.
María – ¿Qué?
Pedro – El café. Le ofrecí y no quiso.
Silencio.
María – ¿Pero qué es lo que buscas, Pedro, exactamente?
Pedro – No lo sé…
María – ¿No estamos bien juntos?
Pedro – Claro que sí, no es eso.
María – ¿Tienes una amante, es eso?
Pedro – ¡No, para nada!
María – Tenemos la vida que queríamos, ¿no? Haces el trabajo que te gusta. No tienes jefe. Ganas bien.
Pedro – Lo sé.
María – ¿Entonces qué pasa?
Pedro – Todo esto ya no tiene sentido para mí. Necesito… intentar otra cosa.
María – ¿Pero por qué?
Pedro – No lo sé… Para que en mi funeral, la gente no solo diga: ese era un cómico…
Silencio.
María – ¿Quieres que nos mudemos?
Pedro – En otro lugar sería lo mismo.
María – No vas a hacer ninguna tontería, ¿verdad?
Pedro – ¿Una tontería? ¿Como qué?
María intenta ocultar su nerviosismo.
María – Te dejo trabajar…
Ella sale. Pedro se queda un momento pensativo. Toma un cuaderno y un lápiz e intenta escribir, pero claramente la inspiración no está presente. Descuelga el teléfono y marca un número.
Pedro – Sí, perdona, soy yo otra vez… Mira, finalmente he conseguido liberarme para esta noche. ¿Puedes venir a cenar a casa? Me gustaría hablar contigo de un nuevo proyecto… Sí, claro, ven con tu marido. OK, a las ocho, perfecto. Bueno, nos vemos esta noche…
Cuelga. Retoma el cuaderno y el lápiz, y empieza a escribir con entusiasmo. Se detiene y se dirige al público.
Pedro – Ya verán. Esta vez, no van a reírse.
Vuelve a escribir.
Negro.


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Sketch extraído de la recopilación Dramedias
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https://jeanpierremartinez.net

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