Un sketch de Jean-Pierre Martinez
Una mujer llega, abre un buzón y se da cuenta, decepcionada, de que está vacío. Un hombre se acerca.
Hombre – ¿Nada de correo hoy?
Mujer – Hace algunos años, todavía recibía alguna que otra invitación de vez en cuando. Pero poco a poco, ya no llega nada. Siento como si fuera la única superviviente de mi generación.
Hombre – Si muero antes que usted, le prometo enviarle una invitación para mi funeral.
Mujer – Es muy amable por su parte. Aun así, bajo todas las mañanas para ver si tengo correo. Así hago un poco de ejercicio.
El hombre abre su buzón que está rebosante de cartas.
Hombre – Le daría un poco del mío, pero son principalmente cartas de insultos.
Mujer – ¿Insultos? Ah sí… Es cierto que su esposa lo dejó…
Hombre – Creo que no soportó muy bien que cambiara de profesión. Pero no es ella quien me envía todas estas cartas, ¿sabe?
Mujer – ¿Ya no es usted profesor de literatura española?
Hombre – Renuncié hace algunos meses. Ahora trabajo en una carnicería de caballos.
Mujer – Eso debe ser un cambio.
Hombre – Es más sucio.
Mujer – Ah sí, es una reconversión sorprendente.
Hombre – Desde que era pequeño, siempre quise trabajar con carne. Algunos sueñan con ser bomberos, yo soñaba con ser carnicero.
Mujer – Se necesita de todo para hacer un mundo, ¿verdad?
Hombre – Mis padres eran profesores de filosofía, los dos. Puede imaginar que no estaban muy a favor de este proyecto. Creo que hubieran preferido que les dijera que era homosexual y quería ser actor. Así que primero estudié literatura para complacerlos y me casé con una licenciada en latín. Pero al final, la pasión fue más fuerte. Tomé clases nocturnas, obtuve mi certificado de aptitud profesional y, de paso, me divorcié. ¡Y aquí estoy, finalmente, como carnicero!
Mujer – La carnicería es una bonita profesión. Pero ¿por qué los caballos?
Hombre – Creo que los borregos o las ovejas me recordarían demasiado a mi antiguo trabajo de profesor…
Mujer – Lo entiendo… Pero todas estas cartas de insultos, supongo que no son los caballos que se las escriben para quejarse…
Hombre – ¡Ah, eso! En realidad, no tiene nada que ver con mi nueva profesión. Son mis antiguos alumnos los que siguen escribiéndome. Dejé de enseñar en junio y todavía no saben que renuncié.
Mujer – ¿Y usted las lee todas?
Hombre – ¡Ni lo piense! Si al menos estuvieran bien redactadas. Pero el vocabulario es muy pobre, la sintaxis es lamentable y están llenas de errores de ortografía. Mire, abriré una al azar…
Abre un sobre y lee.
Hombre – Que te den, maldito payaso de mierda, te voy a matar… Son unos borregos, se lo digo…
Mujer – ¿Sabe qué? Ellos no lo merecían…
Hombre – Voy a poner esto directamente en el reciclaje.
Mujer – En ese caso, démelas a mí. Me mantendrán ocupada.
Hombre – Si insiste… (Le entrega el montón de cartas que ella toma.) Pero se lo advertí…
Mujer – Si veo alguna que sea más interesante que las demás desde un punto de vista literario, la guardaré aparte para usted.
Hombre – ¡Perfecto! ¡Y yo le guardaré un pequeño filete de caballo para el almuerzo! Es excelente para la salud, ya verá. El caballo es mucho menos graso que la carne de vaca y está lleno de hierro.
Mujer – ¿Hierro? Espero que no sea un hierro de herradura.
Hombre – ¡Ah, no olvide que una herradura trae buena suerte! Bueno, ¡que tenga un buen día! ¡La carne no espera!
Mujer – Gracias, ¡que tenga un buen día también!
Él se va. Ella mira el paquete de cartas.
Mujer – Veamos esto…
También se va mientras lee la primera carta que acaba de abrir.
Negro.
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